La vida es un maldito ecualizador biológico: le subes a un nivel, se baja otro. Le bajas tantito a otro y se sube el que no deseas que incremente. Y así hasta el infinito como bebé divirtiéndose con la misma gracia una y otra vez. Todo con el común denominador de que no hay manera de que queden perfectamente ecualizados. Simplemente resta hacer las paces con la mejor combinación que sea posible alcanzar en las condiciones y circunstancias que están ocurriendo en tu breve presente, tan breve que lo que acabas de leer ya quedó en el pasado.
Sin embargo hay cuestiones que no sólo no están bajo tu control, sino que te controlan a ti. Con la ventaja que queda despierta una parte de ti, una fracción consciente de lo que te pasa, pero sin la capacidad de hacer nada al respecto. Sin las fuerzas, las ganas, el deseo, la ambición, el anhelo o siquiera la intención de hacerlo. Sin fe.
Hablar de fe es confundido como algo inherente a la religión y sus múltiples deidades. Peor aún, cada una de esas religiones cree que la suya y su dios es la única y verdadera y, por lo tanto, se han cometido —y se siguen cometiendo— las peores atrocidades en nombre de una deidad/religión buena, misericordiosa, amorosa y que sabe perdonar —siempre y cuando opines igual—.
Pero no, la fe no es exclusiva de ninguna religión, como tampoco lo es la verdad absoluta. La fe va de la mano con creer en algo de lo que no se tiene pruebas de ser cierto, no se tienen evidencias que comprueben lo dicho. Se necesita una confianza firme y profunda en lo que no vemos pero que “sabemos” —creemos— que es verdadero. Ahí habita una de mis máximas favoritas: “No tengo pruebas, pero tampoco dudas”.
Hasta yo puedo reconocer la importancia de tener fe y el peso de su carencia. ¿Pero cómo se puede recuperar algo tan abstracto e intangible como la fe?
—Muy fácil: ¡Con pruebas! ¡Con evidencias!
Pero eso, automáticamente, deja de ser fe. ¿Entonces?
—Para variar, no tengo la más ínfima idea.
Sólo intento encontrar respuestas haciendo preguntas. Es en este tipo de reflexiones donde se acierta —por azar— a la pregunta que nos lleve a la respuesta que buscamos. No al revés, la pregunta suele ser lo más importante. Por eso fomento el cuestionar, no en el sentido ofensivo de un ataque, sino en el sentido más básico de la pregunta más sencilla, “¿Pero por qué?”
Sugiero cambiar el “busco respuestas” a “busco preguntas que me ayuden encontrar respuestas”. En ese laberinto me encuentro, con chingomil preguntas sin respuestas. Con una parte de mí atenta a lo que sucede, pero sólo eso, como espectadora sin el poder de accionar. Pero aún así, mientras haya la posibilidad de una chispa que encienda el fuego y arda todo, supongo que no todo está perdido, aunque el panorama sea desalentador en todos los frentes.
La esperanza es lo último que muere —dicen— y la fe se alimenta de esperanza —digo—, así que debo seguir moviéndole al ecualizador biológico, hasta que logre atinarle a la mejor ecualización posible, mientras tanto, seguiré preguntado, pero ¿por qué?
¡Debes verlo! 👀
Creado por escritor y director SouthernShotty, este cortometraje animado cuenta la historia de una niña nacida de una semilla de sandía en la panza del rey caído. Pero en lugar de seguir el mismo camino egoísta de creador, empieza una travesía por un nuevo hogar y un viaje de autodescubrimiento.
Amantsi ⏳
Amantsi = “ahorita” en náhuatl. Ahorita: lapso de tiempo que puede durar desde un segundo hasta cien años —o nunca—. Mi sección de Actualidad 👇
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Hablando de fe…
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Clabe Banamex 002040902005089975.
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